Al servicio de la lucha

Por Francisca Lazo

Son casi las 15 horas del día domingo 27 de octubre, y voy camino al parque Inés de Suárez. Ya ha pasado poco más de una semana desde el día del estallido, y apenas dos desde que he llegado a Santiago desde San Antonio. En mi mochila, llevo algunos bastidores, una caja llena de hilos y agujas, y un trozo de tela en el que llevo trabajando hace un par de días. He atendido a la convocatoria de dos bordadoras famosas -la farándula del bordado, como me gusta llamarles- a una “bordatón”, que surge como una respuesta a la fatídica declaración de guerra emitida en televisión abierta por el presidente Piñera. La idea es tomarse una pauta de las manifestación y la violencia a la que hemos sido sujetas la última semana, además de conocer a distintas mujeres, armar comunidad, mirarnos a la cara y sanar un poco por medio del bordado -actividad a la que luego se sumaron compañeras tejedoras también. 

Comenzamos a juntarnos frente al parque, alguien me presta un trocito de su manta, nos saludamos, y nos acomodamos, estiradas, sentadas, recostadas, cada una sacando sus bordados y tejidos, mientras otra saca un parlante portátil y selecciona una playlist de su celular. Un fotógrafo cubre la actividad, y luego subirá fotos que veré dando vueltas por Instagram. Aunque la idea ha sido desconectarnos de las movilizaciones, parece ser imposible. Con curiosidad miro los bordados de mis compañeras, y me doy cuenta que si bien encuentro bordados de flores, peces, frases de canciones, y motivos coloridos, también noto que varias compartimos el mismo motivo. La palabra “Dignidad” aparece en muchos bastidores, incluído el mío, que reza “Hasta que la dignidad se haga costumbre” con motivos florales en un fondo negro. Otros trozos de tela exigen dignidad, proclaman resistencia, amor y rebeldía, en colores rojo brillantes o explicitan que la revolución se construye con cucharón y con cacerola, así como también con hilo y aguja, en suaves tonos amarillos y negro; “NO tenemos miedo”, aparece nuevamente en tonalidades rojas y negras. A medida que reviso los trabajos del resto de las chicas, me doy cuenta que los colores rojos, anaranjados, aparecen como como fuego de barricadas en puntadas desordenadas y rebeldes, que llenamos los bordados de nudos que sean capaces de retener la rabia, la ira, que retengan nuestro desborde de emociones, y hacemos de la pena puntas chiquititas chiquititas, esperando que desaparezca entre tanto color y formas. Mientras avanzo en el bordado al que he dedicado muchísimo tiempo, pienso que me obligado a bordar con el fin de no pensar, de no sobreanalizar, de no sentir miedo, ni rabia, ni tristeza o asombro. 

Al cabo de tres horas regreso a mi casa y termino de bordar la pieza, la que como pancarta textil está lista para salir a la calle. Aún no sabría que esa sería la primera convocatoria abierta o taller de oficios al que iría en los próximos días, pues entre marchas y concentraciones, ha habido muchísimo espacio para el desarrollo de diversos oficios textiles y manuales. A través del bordado, la cerámica e incluso la papelería es que diversos artistas y talleristas han buscado formas de conocernos, de sentirnos parte de un grupo, de mirarnos nuevamente a las caras. Con cada grupo, hemos discutido la contingencia, tratando de priorizar demandas, explicandonos mecanismos de protestas, y preguntándonos cuál es nuestro rol en este momento. La respuesta, clara y precisa ha sido difundida en cada espacio compartido: es hora de que los oficios privados, muchas veces domésticos y menoscabados, se hagan públicos. Debemos diversificar las formas de manifestación y de protesta, por lo que llegó el momento de entregar nuestras habilidades y talentos a la lucha. 

Fuente: Carla Ramírez


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