Pasos para armar tu capucha
Por Sofía Coo.
24 de octubre, vicuña Mackenna a pasos de metro Baquedano.
Ya era 24 de octubre y caminar desde general Jofré para dirigirme a plaza Italia a eso de las tres de la tarde por plena avenida Vicuña Mackenna acompañada de una amiga o sola, se había convertido en una ruta-rutina, sin embargo, he de reconocer que ir sola nunca significó estar sola, tomando en cuenta que a partir de medio día ya eran muchas personas las que vitoreando consignas y sosteniendo pancartas se dirigían raudos a plaza Italia. Ese día no fue la excepción.
Había quedado de encontrarme con cristina en el monumento de plaza Baquedano “oye chora donde estay- estoy con la vico acá con el bulla abajo del caballo- dale voy para allá”. Hasta ese día había sido relativamente fácil coordinar el encuentro en plaza Italia ya que podías caminar entre las personas. Conforme avanzaban las manifestaciones fui capaz de aprehender las distintas técnicas de supervivencia que cada persona tenía a la hora de ir a marchar. Ya no solo era el pañuelo o la capucha la que aún no podía armar, atrás habían quedado los limones y la botella turbia de agua con bicarbonato, ese día vi máscaras de gases muy sofisticadas, lentes para el agua, rociadores para el bicarbonato, pasta de dientes en las mejillas y cada vez más gente con cascos de bicicleta y guantes de construcción, que hasta ese momento no entendía su utilidad. En mi mochila solo había limones, entendí que lo que percibía era la experiencia de muchas marchas en el cuerpo, de todas esas personas que sin saberlo me enseñaban de manera muy rustica enfrentar a la yuta.
Antes de llegar a la Embajada Argentina ya era posible ver y sentir las barricadas y la presencia de guanacos, zorrillos, carabineros, una fauna represiva que marcaba presencia. A diferencia de otros días, ese 24 de octubre no me dejaron seguir caminando por vicuña para llegar a Baquedano, es más, tampoco se podía ya que literalmente llovían camotes y ahí entendí por qué necesitaba el casco. Me escabullí detrás de un kiosquito donde había fotógrafos con cámaras profesionales que tenían lentes más grandes que mi antebrazo, uno me dijo “córrete no me tapes”, eran hombres mayores posiblemente pertenecientes a un medio de prensa alternativo, intuía que para ellos esta era una segunda oportunidad ya más maduros, de aprehender a través de su obturador una escena que parecía conocida. Éramos cuatro personas detrás de un solitario quiosco abollado y rallado, delante de nosotros parapeteados detrás de un plátano oriental, había tres pacos con armas de fuego y escudos apuntando y dándose instrucciones. Al otro lado, al terminar Vicuña Mackenna pasando el paradero donde para la 210, un centenar de encapuchados a guata pelá, con palos y peñascos extraídos de la acera lanzaban sus camotes con una fuerza y puntería inigualable, la escena no dejaba de sorprenderme. Ahí en medio de la zona de conflicto me encontraba más bien sola, con mi humilde celular, fotografiando lo que parecía una escena de película.
Por un lado, las tortugas ninja, por el otro ese al que llamamos flaite en posición de combate, incluido su tatuaje canero, con la guata al aire, y una agilidad sorprendente. En una mano tenía un fierro, en la otra un peñasco, junto a una capucha de polera nike, con un amarre que aun no era capaz de descifrar. En ese momento solo quería llegar a plaza Italia, cuando la lluvia de piedras cesó pude avanzar por la calle, pero mi nefasta condición física y nula agilidad hizo que no alcanzara a llegar al punto acordado con mi amiga y de la nada me llegara a los pies una bomba lacrimógena, a la que hice el amago de recoger, pero sin si quiera alcanzar a intentarlo un hombre como los anteriormente descritos, me empuja hacia atrás con una fuerza increíble y literalmente vuelo. Confundida entendí que el loco solo me ayudó, él mismo toma la lacrimógena con sus guantes (ahora entiendo la utilidad de aquellos) y la ahoga en agua con bicarbonato, en el mismo instante otro loco me agarra por la espalda y me lleva a un lugar más seguro y me pregunta de forma insistente “¿flaca estay bien?; ¿estai bien?” Yo confundida y avergonzada sin poder respirar le respondo que sí, se para y sale corriendo, tenía que seguir cumpliendo con su deber. La verdad es que tenía pánico no entendía nada, en 30 segundos dos hombres de los que en otro momento habría sentido absoluto temor de solo verlos, me ayudaron a mí, una cabra con más osadía que experiencia. Un tercer loco se acerca a ofrecerme un pancito con lechuga del recién saqueado McDonald y le da agüita a un quiltro que estaba igual o peor que yo. Finalmente, ese día entendí dos cosas:
- Ahí al pie del cañón, no estoy yo, no estaba mi amiga, ni mis compañeres sino que hay un loco que con armas hechizas, una habilidad inigualable para romper lo que se interfiera en su camino y desparpajo, es quien se enfrenta a la yuta y da la pelea, me defiende y permite que otres podamos saltar y gritar desde otro frente.
- Después de tres encuentros cercanos entendí que para una capucha necesitas:
- Una polera.
- El orificio por donde pasas tu cabeza lo haces coincidir con el rostro.
- Pasas por cada costado de tu cabeza las mangas de la polera y amarras atrás de la nuca con un nudo corriente, doble ojalá.
- Acomodas la capucha cubriendo tu nariz y boca logrando que solo se vean tus ojos y listo.
Comentarios
Publicar un comentario