Al ministro le falta calle

Por Cristóbal Palma y Leonardo Piña

Santiago, noviembre 07 de 2019.

Días antes del bullado cambio de gabinete, la alcaldesa de Providencia Evelyn Matthei había declarado que los nuevos ministros debían ser “gente con mucha más calle”, que sería bueno que no fueran “todos de la Universidad Católica o de la Chile” y que no veranearan “en Zapallar o en Pucón”. 

El nuevo ministro de Hacienda, Ignacio Briones, bajo ese postulado, no tendría calle: estudió Ingeniería Comercial en la Pontificia Universidad Católica, cursó un doctorado en Francia, y hasta antes de ser ministro, se desempeñaba como decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, institución de educación superior cuya composición social es fundamentalmente reproductiva de la élite económica, política y académica del país, y donde no ha de ser el único de sus miembros que responde al referido perfil. 

¿Punto, entonces, para la alcaldesa?

Si se sigue el argumento, también le faltaría calle porque a poco de asumir sus nuevas funciones declara que la crisis social que atraviesa el país supondrá un fuerte impacto en la economía, acompañando de cifras y porcentajes su razonamiento, todo vía Twitter, presumiblemente para mostrarse más próximo a la gente y lo que podría estar pasándole. Pero olvida, o no sabe habría que decir, que hay un importante número de la población que no solo no usa esta tecnología de la comunicación, cuestión ya importante, sino que tiene otra vivencia de este momento, hasta positiva por su impacto en lo económico.

Economía en crisis 

(Tomado de Twitter, 06.11.19.)

Y cuál sería esa vivencia, cabría preguntarse.

La de la calle precisamente, esa que canta “el que no compra es paco, el que no compra es paco”, voz que sirve para promocionar una tal cantidad y diversidad de productos en medio de marchas y manifestaciones que la economía suena a activación y sus palabras, por el contrario, las de alguien que no alcanza a ver el revival de los pañuelos ochenteros en medio de la cuneta, “a luca y a mil”, para cubrirse de los gases lacrimógenos; o toda la oferta gastronómica, carnívora y vegana, incluida la tímida pero inclusiva venta de perros calientes y arepas de los migrantes venezolanos y colombianos emplazados en las calles aledañas a la Alameda, y ya no fuera de Extranjería para su expulsión; o el oportunismo de los pitos de plástico no reciclable y de colores, tres o dos por mil según la altura de la Alameda o Providencia en que se vendan, y que sirven para ir al son del “Chile despertó, despertó”, que tanto le gusta al gobierno y (dice que) ha escuchado el excelentísimo.

El clamor de la calle

(Alameda frente al GAM, fuente propia)

Falta de calle que tampoco observa el luto con que se pinta la bandera, ahora solo de negro y más representativa del funeral a que se estaría asistiendo como país: el de los privilegios e injusticias acumuladas y ya no acumulables de una economía que no ha sido capaz de ver, siquiera, el esfuerzo e inventiva que hay en correr seguido por la policía, sea por vender en las calles o por protestar haciéndolo. Gran mérito. Y solo por mil pesitos, como repite uno de sus vendedores.

¿Acierto, entonces, el de la edil?

A la luz de sus palabras por supuesto, especialmente porque ella sí tendría calle, al menos las de la comuna de Providencia donde ha tenido que salir a dirigir el tránsito, pequeño emprendimiento suscitado por la falta de semáforos del extraterrestre estallido social al que reacciona.

La calle de la alcaldesa 

(La Tercera, 07.11.19.)