Aquí cabemos todes


Por Karen Ibáñez Riquelme
Manifestación en alrededores de Metro Protectora de la Infancia, Puente Alto.
Fuente: Elaboración propia

Es 26 de octubre. Ya pasó una semana del despertar de Chile, tan inesperado para algunas personas y tan ansiado para otras. He recorrido diversos lugares de manifestación y furia. Un día Plaza Italia, otro Plaza Ñuñoa, luego en mi casa y finalmente Protectora de la Infancia en Puente Alto. Compartí con amigos y amigas, con mi familia e incluso con quienes jamás había visto en mi vida. Sin embargo, ir a Protectora fue algo único. Yo sabía que en ese lugar se unía toda la rabia y la esperanza al mismo tiempo. 

Eran las 21:30 de la noche cuando comencé a ordenar mis cosas para salir. Me vestí de negro, como siempre hago, pero esta vez con un sentido: quería ir a prender velas por quienes ya no están, expresar mi dolor y darme el momento y el espacio para respirar, contar hasta diez y volver con más energía que nunca. Cuando llegué, me encontré con un lugar tan propio. Cabíamos todos y todas. A los extremos, se encontraban quienes cortaban la calle y armaban barricadas para proteger el espacio de la yuta y de los milicos, mientras que en su interior se concentraban grupos que expulsaban gritos y cánticos con frases como: “El que no salta es paco”; “Todas las balas se van a devolver”; “Chile despertó”; y el clásico “El pueblo unido jamás será vencido”. 

En al menos otros tres sectores existían velas encendidas, las fotos de las personas asesinadas y carteles contando sus historias. Queríamos y necesitábamos saber quiénes eran. Queríamos expresar nuestra rabia y nuestra pena. Finalmente, creo que compartíamos allí el mismo sentir. Nos están matando y la memoria era la única forma de mantenerlos y mantenerlas aquí. Recordarnos que seguimos luchando y levantar nuestro puño por quienes ya no están. Una que otra lágrima salía de las personas que recorría estos lugares. A ratos, volvíamos a encender las velas que se apagaban por el viento.

Fuente: Elaboración propia

A un costado, en la calle, se encontraba un círculo muy grande de personas. Me atrevería a decir que unas 50. Sonaban Los Prisioneros en un parlante móvil. Se cantaba de principio a fin y en los coros la gente se abrazaba. La música unía y Los Prisioneros nos recordaban que las cosas seguían igual que hace 30 años, pero que ahora nos encontrábamos unidos y unidas. Los llamados poblacionales, flaites, oprimidos, pobres de Puente “Asalto” estábamos allí cantando. La primera canción que escuché fue Estrechez de corazón. Cuando se acercaba el coro, un joven flameaba dos banderas en tubo de PVC: la bandera mapuche arriba y la bandera chilena abajo. Pensé en que esta movilización también nos hacía repensar los límites de nuestra nación y que el llevar la bandera mapuche arriba era un signo de ello. 

Fuente: Elaboración propia
Después de Estrechez de Corazón se escuchó El Baile de los que sobran y la euforia aumentó. Las canciones de Los Prisioneros siempre me han parecido tan propias de los movimientos que se han levantado desde que al menos tengo razón y ese momento no era la excepción. Todo el grupo se identificaba, se encontraba y se cantaba en esa canción. Veo a una señora de unos 45 años abrazar a un joven de no más de 25. Entonaban, se miraban y avivaban la esperanza. “Únanse al baile de los que sobran” decían, mientras de fondo sonaba la cacerola en algunos espacios. Luego continuó Tren al sur y Nunca quedas mal con nadie. En esta última “Piñera, escucha, ándate a la chucha” no paraba de gritarse, lo cual se agudizó cuando continuó la canción Adiós general de Sol y Lluvia.

Pasaron esas canciones, y ya entrando la media noche, comenzó a sonar Chico Trujillo. Las personas fueron disminuyendo poco a poco y la cerveza se compartía por quienes se quedaban. Era momento de irse.


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