Arrabales y “calles muy elegantes”

Por Pedro Claverol


En estos días de humareda, escombros, gases lacrimógenos y calles céntricas que semejan, inusitadamente desde la llegada de la actual democracia, arrabales periféricos, el desplazamiento en bicicleta ha adquirido más sentido: ya no es sólo un medio con el cual llegar raudamente a un lugar cumpliendo con un horario establecido de antemano; en estas jornadas transciende ese fin. Es ahora una herramienta de desplazamiento rápido, de escape, cuando se está en una estampida que arranca de los gases, de las lumas, los perdigones.

Nos damos cita con un amigo en la Plaza de la Aviación, donde se han juntado unos cincuenta ciclistas, sino más, que pretenden ir al sector oriente, como se ha venido haciendo desde hace tres días, cuando fue una turba de ciclistas a la casa del presidente de esta República de Chile. 

Es miércoles 6 de noviembre, han pasado veinte días ya desde el origen de la revuelta; mi amigo y yo nos hemos ido de la Plaza de la Aviación; estamos sobre nuestras bicicletas, detenidos. Ante nosotros, veinte metros hacia el oeste (en referencia chilena: hacia la costa) hay un carro policial al que le gritamos las clásicas verdades populares: “paco culiao”, “paco asesino”. 

Detrás de nosotros un grupo de ciclistas dispersos se comienzan a azuzar, a arengar, para sumar voces que son, como dicen los fabulosos cadillacs, como balas, voces contundentes, espontáneas y atiborradas de impotencia. Los pacos median entre este grupo de ciclistas vociferantes y la gran masa que está en plaza Italia, lugar siempre emblemático de convocatoria popular, sea para festejar o sea para reclamar; centro de efervescencia indiscutible. Otro grupo de gente se comienza a agrupar en la otra calzada de la Alameda y los gritos se hacen, efectivamente, como balas. 

El grupo de pocos carabineros se sube a su camioneta y, ante la amenaza de los gritos que ya no son tan distantes, se marcha, dejando el camino despejado para que el grupo de ciclistas se pueda integrar y sumar al grupo de manifestantes que hay en Plaza Italia. Hace dos días se había anunciado que los carabineros ya no estaban solamente lanzando gases lacrimógenos sino que también gas pimienta a los manifestantes. Viendo El Mostrador en La Clave, el director del periódico digital, Federico Joannon, informaba la incertidumbre sobre los componentes químicos de las lacrimógenas, puesto que son secreto de seguridad y en un tono irónico se reía acerca del buen negocio que debe representar esta situación nacional para los proveedores de las mismas. Tanto a Santiago Escobar, Director de Estudios del periódico, como a Joannon, les sorprendió cómo los protocolos  de carabineros en la manifestación que se congregó en la casa del presidente supo resguardar el orden, la limpieza, la higiene y la ornamentación del lugar, no lanzando una sola lacrimógena en “calles muy elegantes”, como dijera el director de El Mostrador. Insistían en cómo la institución de Carabineros iría a ensuciar el aire de una de las calles con mayor PIB del país, ironizando. 


De todos los días que he ido a Plaza Italia, tanto a observar como a participar, este es el día en que vi más lacrimógenas lanzadas en el mismo espacio y en tan poco tiempo; llegué a contabilizar catorce lanzadas en menos de dos minutos. Qué importa, si Plaza Italia se ha tornado en arrabal y van a lanzar piedras y a gritar los que menos aportan al PIB nacional. Luego, juntados ambos grupos, los ciclistas y los manifestantes de pie, presenciamos que un muchacho, descamisado (para ponernos peronistas), amarra algo muy parecido a una manguera de bomberos a un gran poste de aproximadamente quince metros de altura que en su cima tenía una cámara de vigilancia. Se empiezan a sumar brazos en la titánica misión de derribar el poste que estaba apernado en el cemento. De pronto, de los dos que empezaron a jalar el poste, haciéndolo bascular, se sumaron una quincena azuzados por los gritos de la multitud que gritaba “sí se puede, sí se puede”. A los minutos después vimos a uno de los descamisados y encapuchados aferrando con fuerza, entre sus manos, la gran cámara circular que había caído al piso. 


   
   (Fuente propia. Alameda y ambiente viciado de lacrimógena)

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