Chalecos amarillos

Por Cristobal Palma

La villa no tiene nombre, se hace llamar “la villa”. Atrás está “la población”, una autoconstrucción que data desde 1960. Hacia la derecha, más cerca de Gran Avenida, “los departamentos”, viviendas sociales entregadas hace más de 6 años. 
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Sábado 19 de octubre. Primer día del toque de queda y más de 200 personas, de todos los sectores, se aglomeran a la altura del paradero 38 de Gran Avenida. Un par de carteles  y cientos de cacerolas. De vez en cuando, el traqueteo de las cucharas se interrumpe al grito de “el que no salta es paco”. Aplausos por doquier a bomberos y ambulancias, a quienes se les abre raudamente la calle para que puedan pasar. De la casa de mi madre salen cajones de madera guardados desde un emprendimiento fallido que van a parar a las barricadas, grandes llamaradas incendian la avenida. Diez en punto y se inicia el toque de queda. Algo incrédulos de la medida algunos vecinos se retiran a sus casas, un centenar se queda aglomerado alrededor de la fogata. Saltan, gritan, hacen rondas alrededor del fuego. La convocatoria termina con la llegada de carabineros que dispersan a los manifestantes. De vuelta a casa, hacia el poniente, se divisan densas columnas de humo más negras que la noche. Es el supermercado Líder de Ochagavía, inaugurado hace pocas semanas, que a esas horas se consume entre llamas. Por la mañana, la prensa informará del saqueo y la muerte de tres mujeres en ese lugar. 
Domingo 20 de octubre. Por televisión se masifican las imágenes de los saqueos, el caos recuerda lo visto en 2010, en el marco del terremoto del 27 de febrero. A las 14:00 en punto, comienzan a escucharse gritos entre los vecinos de la cuadra: “están saqueando el Monserrat”. Nadie termina de creerlo, pasmados, algunos vecinos se burlan de la situación, “qué van a saquear si el supermercado no tiene nada”. Cerca de la escena, a dos cuadras de mi casa,  presencio junto a mi madre como cientos de personas corren desde adentro y hacia afuera del supermercado, llevan pañales, cervezas, comida para perros, detergente líquido, bebidas gaseosas. Algunos lo hacen a pie, otros en carro, otros en autos y camionetas. De vuelta por la cuadra un grupo de vecinos se agrupa cerca de las bodegas del supermercado, gritan y alardean contra los saqueadores. A toda velocidad y en camionetas civiles llegan algunos carabineros que se estacionan en la parte trasera del supermercado. Apalean a unos cuantos muchachos que corren con bolsas de mercadería. Cerca de las 14: 30, dejo de ser observador y me convierto en participante. Un grupo números de vecinos de “la villa”, entre los que se cuenta uno bien conocido y que mi madre llama irónicamente “el defensor de la cuadra”, comienzan a golpear a los jóvenes que participan del saqueo. Uno de ellos es gravemente herido, corre la sangre y una contienda desigual. Con grito desgarrador, digo “paren la hueá, ustedes no son pacos, qué mierda se creen”. Muchos me miran con asombro y un poco de odio. Mi madre, atemorizada pide que volvamos a la casa. Algunos vecinos de “la villa” dicen que los saqueos se han organizado por gente de “los departamentos” y “la población”. Mienten, porque varias personas de la villa también pasan con artículos del supermercado. A eso de las 17:00, un grupo se organiza en la esquina de mi cuadra,  ponen latas y cachureos para cerrar la calle, muchos están premunidos de palos, incluso uno lleva un bate con alambre de púas y otro un hacha de metal. Algunos dicen “ya vienen”, ante la pregunta sobre el quién repican, “los de los departamentos”. Dicen que vendrán a pegarle a la gente de la villa por “sapos”. En medio del caos, una vecina, que por la mañana había gritado en la calle: “tienen que sacar a los milicos pa’ que se corte el hueveo”, ahora increpa a jóvenes que pasan con cajas del supermercado, llevan servilletas, bebidas, papas fritas, nada en particular. Les quitan las cajas con violencia extrema, la escena se vuelve patética y bravucona. 
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Por la noche, a eso de las 20:00, un grupo de vecinos sale con palos y armas contundentes, dicen que hay que defender a “la villa” de “los departamentos”. Ahora, se han uniformado con chalecos reflectantes de color amarillo. Los días siguientes se juntaran a la misma hora a patrullar las calles. El 21 de octubre, mientras nos reunimos con algunos vecinos jóvenes del sector a cacerolear después del toque de queda, llegan en auto carabineros de civil. De suerte alcanzamos a escapar. Atrás, camino hacia la villa, los “chalecos amarillos” patrullan impunemente las calles sin ser molestados por carabineros al  vulnerar, igual que nosotros, el toque de queda. Algunos amigos creen que fueron ellos mismos quienes llamaron a los carabineros . Lo cierto es que no volverán más los vecinos, las cacerolas y las barricadas. Solo quedarán chalecos amarillos. 

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