Después de hoy nada es en vano
“¿Impresionante todo, o no?” Dice el whatsapp que recibo a eso de las 02.00 am de una colega víctima del desvelo —que a más de uno nos ha afectado por estos días—. No era sólo la ansiedad o la incertidumbre lo que no la dejaba dormir; eran los milicos, los helicópteros y el ruido de la calle, sumado a la adrenalina, a la falta de miedo y a las ganas de querer ser y hacer dentro de este estallido.
Es sábado 26. Despierto temprano y le cuento a mi papá de la ansiedad que siente la que fue mi profe, hoy colega y amiga: su sensación es parecida. “Es una mezcla de rabia, de incertidumbre, del miedo de hace años”, dice mientras cambia repetitivamente de canal como queriendo evadir una realidad (re)presentada en las noticias. Lamentablemente, el panorama no cambia mucho entre una emisión u otra. Las imágenes de TVN, Mega, CHV y T13 me hacen sentir rabia e impotencia. Me bombardea un poco la cabeza y les cuento a mis amigas que tengo angustia por todo lo que está pasando y por cómo lo están contando. Ninguna vivió la dictadura, pero en las conversaciones es un concepto recurrente. Como licenciadas en historia, las cinco estamos un poco expectantes por el momento que estamos viviendo. Coincidimos al afirmar que anteriormente no se había visto algo parecido –sin desestimar las revueltas estudiantiles de las que todas fuimos parte en nuestra época escolar–; Vale dice que podría equipararlo a las protestas salitreras de comienzos del siglo XX, con Ana decimos que nos recuerda a las movilizaciones de la huelga de la carne de 1905. Levanto la mirada por un momento y veo las luces del control parpadeando una vez más en la medida que los canales pasaban una y otra vez ante los ojos de mi padre que, ya en piloto automático no era capaz de fijar la vista en la pantalla que a esta altura parecía funcionar por sí sola.
Intento cambiar la escena y lo invito a preparar conmigo las ensaladas para el almuerzo, “tú el tomate y yo la cebolla”, digo fingiendo una normalidad inexistente. Sírvase como excusa o no, algunas lágrimas vi brotar.
“¿Qué pasa, papi? – Pregunto evitando indagar más allá de lo que quisiera contar.
Los días en Conce estaban así para el Golpe. Días medio abochornados, después con cambios de temperatura más fuertes, no sé. Siento que todo es igual. Me trae recuerdos… Vi cómo sacaron a mis compañeros de la UdeC de la sala. Vi cabros que no volvieron, cabritos po’. Vi en el aire una atmósfera distinta. Vi todo lo que estoy viendo hoy y no sé si estoy exagerando al sentirlo así. Eso me hace sentir peor.”
Lo abracé. ¿Cómo explicar cuando nos rompemos al ver a quien tiende a ser la persona que nos contiene en un estado incontenible?
A eso de las 21.00 hrs los vecinos de Pudahuel, en línea con el contexto general, se reunían en las principales avenidas para hacer ruido con sus cacerolas. Fuimos caminando hacia Laguna Sur pudimos ver y sentir el fuego, el humo, el olor a goma quemada, mezclado con el picor de las lacrimógenas que los pacos tiraban dos cuadras más allá y que la gente enrabiada devolvía con precisión.
Avenida Laguna Sur/Esquina Pitágoras.
Llegamos a la esquina, donde en medio de las barricadas, las consignas y los cantos, el miedo y la angustia se fueron difuminando. Mayormente eran jóvenes, sí, esos mismos que fueron satanizados por los medios de comunicación toda la semana, los que hablaban a las personas mayores como mi padre y los impulsaban a ser parte del espacio, de la calle, de la manifestación.
Por mi parte, me remití a mirar, a saludar a algunos vecinos y acariciar un par de perros. Sentí nostalgia de un tiempo que no viví, pero que, sin embargo, emanaba en cada respiro, en cada voz, en cada salto y cada canto de la gente mayor. De gente cansada, golpeada por una época completa, evidenciando la –frágil– democracia que se había construido durante estos años.
A
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Ah . Tengo tanto que aprender.
Llegamos a la casa después de dos horas. Nunca pretendimos quedarnos tanto tiempo, pero pasó. Mi papá me agradece y sin embargo, le digo que no he hecho nada. Estas son las ganas y el empoderamiento que paradójicamente va legando una generación aún más joven a aquellos que se conformaron con la sumisión en vez de la emancipación. Hace unas horas le tomamos una foto con mi hermana, cuando una niña de no más de 15 años se acercó a él y le entregó una mascarilla blanca, sonriendo le agradecemos los tres. Nos hizo gracia verlo tan “subversivo” a sus 68 años, con su puño en alto, con las ganas y convicciones más firmes que nunca. Llega la foto a sus hermanos mayores, quienes no hacen más que llamarlo desde 600 kilómetros de distancia para decirle que se entre, que no ande haciendo desórdenes ni exponiéndose en vano. Entre todos nos reímos y él se emociona: Después de hoy nada es en vano.
Que buen relato, las memorias que despiertan estos dias, conmueven.
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