El festival de los que no sobran y las Tablas de la Ley

Eduardo Osterling Dankers
Plaza Ñuñoa







Los restos de dos autos quemados reciben desde el poniente a las personas que se acercan a Plaza Ñuñoa. Algunas señoras murmuran indignadas sobre el daño material innecesario, otras personas se sacan selfies, y los más “avezados” se paran sobre ellos para que sus amigos registren el momento. Cada día, las pintas sobre los chasis de estos otrora vehículos se incrementan. Del fundamental “EVADE” visto el 20 de octubre, a consignas contra la represión que se han vuelto universales: “montaje”, “la tv miente”, “asesinos”, “milicos ql”, entre otros.  Cruzando la pista desde esta imagen, el anuncio chamuscado por las llamas de una concesionaria de autos en la acera sur de la avenida Irarrázaval, parece señalizar una abrupta finalización de su proceso de acumulación de renta, mientras el olor de polímeros quemados rodea el apetecible paño. 

La contigua calzada ve limitada la circulación de automóviles mediante vallas improvisadas. Una Mobike de cabeza en cada carril amplían su repertorio de uso en las manifestaciones de Santiago, en las que detentan un merecido y observable rol de combustible. Media cuadra al oriente del desvío y vallado popular, se inician los gritos organizados. Jóvenes solos, parejas, amigos y familias enteras se suman de a pocos. Cacerolean caminando desde sus casas y llegan aquí desde las 11:00. Con el pasar de las horas, los manifestantes toman ambos sentidos de la avenida, cicatrizando con sus cuerpos la fractura de esta gran plaza. Ellos son el centro de  la manifestación. Entre ruidos metálicos de cucharas impactando ollas, gritos, canciones, carteles e instrumentos de percusión, emergen espontáneos juegos de pelota y hasta malabares. 

Entrando al fragmento sur de la plaza, el tono cambia un poco. Emprendedores se toman los márgenes del pasillo central que la atraviesa para la venta irregular  de confites, bebidas, cervezas y -cada día más- comida preparada. Latas de medio litro de cerveza por mil pesos, limonada y botellas de agua desde 600 son algunos de los líquidos que hidratan a los presentes. En la pérgola, la Fundación de Músicos Unidos de Chile convoca un espectáculo de música en vivo. A lo largo de los días se escuchó a bandas de distinto alcance: los Prisioneros Narea+Tapia, Chancho en Piedra, Fiskales Adhoc, Sinergia, y otras de menor convocatoria como RAMA, o NoSomos. Días de música en vivo rodeados por personas que mostraban distintos grados de atención a los estímulos externos y que performaban de manera variada su compromiso con las muy diversas reformas que convocan la concentración. Sentadas en el pasto, algunas caceroleamos, otros cantan, otros ríen, comen, fuman  y/o beben cerveza. Los niños corren entre los círculos de gente. Quienes están frente a la banda de turno, interrumpen por momentos su atención para entonar “el que no salta es paco”, “Chile ya cambió”, u otra arenga propia de las manifestaciones de esta semana.

“Ñuñoapaluza” es el término despectivo con el que se ha referido la actividad en esta plaza desde que fue expuesta en televisión, contraponiéndola discursivamente a las barricadas, ollas comunes y otros espacios de resistencia en los que las consignas estaban más universalmente presentes y había más represión policial.  El lado aún más austral de la plaza fomentaba su aparente frivolidad: música electrónica, actos circenses, un escenario en la tolva de un camión; siempre rodeado de niños jugando pero aquí en el equipamiento diseñado para ello. Distintas actividades fueron intervenidas por pequeños grupos de jóvenes vestidos de negro. Expusieron frases como “¿o fiesta o protesta? “, “mientras tú estás carreteando en Baquedano están torturando”, o “nos están matando y tu vacilando”. Aparecían detrás de las bandas que donaron su tiempo y trabajo, caminaban entre el público con un cartel sobredimensionado o se paraban sobre el busto de la acera sur de Irarrázaval para ser vistos por los manifestantes que caceroleaban sobre la calzada, como exhibiendo las Tablas de la Ley.

Al final de cada tarde, un helicóptero policial sobrevuela Plaza Ñuñoa. Sin embargo, la represión propiamente tal se suspende hasta después. A las 20:00, 22:00 o 23:00 -con precisión marcial- llega personal de Carabineros y del Ejército, arrojando gases lacrimógenos, agua tóxica y balas de goma y plomo. A esa hora, niños, malabaristas, músicos, curiosos y comerciantes ya no están. Los dispositivos militares se enfrentan solamente a arengas, caceroleos y performances políticas por las demandas transversales y en memoria de los muertos, tanto de los nuevos como de los antiguos.   

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