El toque de queda y la caja negra


22 de octubre
Por Eduardo Romo Valdivia

Vicuña con Marín, son las 12.30 ya y el toque empezó a hace dos horas y media. ¿Dije toque?. Sí. Toque de queda en nuestro país tras largos años de “estabilidad” político-social, desde la vuelta a la "democracia" o mejor dicho, vuelta a la transición democrática en la cual hemos vivido desde el 90' a la fecha.


Bajo del edificio con mi compañera y salimos rumbo a una barricada que estaba en la esquina. Llegando a la esquina vemos una gran cantidad de gente caceroleando y cantando en la calle, usando los espacios, mirándose y alguno que otro, conociéndose por primera vez.


Observamos un edificio en el cual la gente que vivía en él, se encontraba manifestándose desde hace un rato. Sonaban los prisioneros de fondo, el baile de los que sobran.


Vimos cómo la gente veía en el fuego de la barricada, un punto de encuentro, de reunión. 


Permanezco en el lugar por un rato, me dieron ganas de tirar unos palos al fuego y me puse a conversar con unos cabros que venian con cajas y unas maderas pa’ tirar. En eso que llegan nos saludan al instante, -buena los cabros- nos dicen. Empezamos a conversar de cómo alimentar la barricada. Conversamos acerca de dónde veníamos, nos dimos cuenta que eramos vecinos. Decían que estaban con rabia, que por eso había que aguantar el toque, que ningún militar nos iba a limitar nuestra vida, controlar nuestros tiempos, que ningún paco nos iba a achicar la calle.  Mientras comentan esto, se me viene a la mente la reciente imagen que se me grabó cuando salía del edificio, un cartel pegado en la muralla que decía: “no tener rabia, es un privilegio”. 


Quizás lo que nos había vendido la prensa acerca de que los lumpen son unos salvajes, era una completa farsa. Quizás la gente que protesta tiene claridades y certezas; saben lo que quieren para el país y saben el origen de todo esto. Quizás no eran tan salvajes después de todo, quizás los habían silenciado sistemáticamente.


Nos decían que habían estado todo el día en la calle y que ya estaban en la últimas, ya volviendo para la casa. Veían en el fuego una forma de resistirle al estado el toque de queda que nos impusieron, no podía ser que los milicos estuvieran en la calle decían. No quemaron los negocios de al frente, ni destruyeron el super de la esquina. Quemaron cartones, maderas y bolsas que pillaron en la calle, punto de reciclaje como escuche por ahí que dijeron en alguna calle que recorrí. 


Es raro,  por que miro la televisión y lo único de que se habla son de los lumpen, de los salvajes, de “los mismos de siempre”, cuando los mismos de siempre son los enquistados en la política. La gente común y corriente es la que está saliendo a la calle, la señora del 201, la abuelita del tercero. Los cabros que salen a quemar unos palos no son salvajes, son personas sentipensantes que tienen su mirada de la sociedad, que son críticas y que ya están cansados.


Ya íbamos por la segunda tanda de palos, se apagaban ya las llamas. Mientras eso ocurría, seguiamos conversando, al mismo tiempo que en la entrada del edificio, una señora que allí vivía vendía cervezas a luca. Conversabamos de cómo había estado la marcha, de que estaba brígida la represión. Que los pacos eran violentos, que estaban cuáticos. Todo esto mientras sentíamos una incertidumbre de no saber cuando podían llegar los milicos o pasar los pacos. Una tensa calma que se diluía en el pasar de los minutos. 


Cuando se van yendo los cabros se despiden y nos dicen que nos veríamos mañana. Existen posibilidades de que así sea, existen posibilidades de que no. Pero de lo que sí estoy seguro es que nos encontraremos con más cabros que tienen las mismas claridades.


La caja negra -el punto dónde no hemos explorado a fondo aún y que este trabajo pretende aportar en cierta medida- nos habla y claramente. La calle respira, tiene sus tiempos y  sus protagonistas. 


Al calor de la barricada me di cuenta de que las personas no ven en el fuego vandalismo, sino que resistencia. No ven en la ocupación de las calles en toque de queda como delito, sino que una legítima forma de manifestarse en un estado al cual nunca deberíamos haber llegado. Estos días sirvieron para que la gente conociera a sus vecinos, para que habláramos de política, para que nos imaginemos un país distinto.

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