¿Ellos no le pueden hacer nada a los niños, cierto?

Por Constanza Martínez, egresada Antropología UAH


Ya nos encontrábamos en el 6to día desde que ocurrió la explosión, descontento, estallido social de Chile. Recuerdo haber despertado con el sonido de los helicópteros merodeando por la comuna de Lo Espejo, me levanto a desayunar, mientras veo en la televisión a los milicos y los supermercados atestados de filas. Me comienzo a apurar, porque con mi polola debíamos emprender un viaje de 10 km en bicicleta hasta el centro de Santiago. 


Comenzamos nuestro trayecto, las calles siendo transitadas por peatones, micros y automóviles, miro la Municipalidad de Lo Espejo y veo parte del frontis de color negro, creo que el sábado 19 de octubre la quemaron. Mientras pedaleo, voy escuchando un podcast llamado “La Supercarretera”, programa radial del año 2012 conducido por Edo Bertrán y Fabricio Copano, necesito evitar mi sentimientos de miedo e incertidumbre. Ya llevamos casi la mitad del camino, vamos por la comuna de Pedro Aguirre Cerda, usando la ciclovia de la calle Clotario Blest, a lo lejos veo camiones de militares y mucha gente afuera de un supermercado mayorista, vamos disminuyendo nuestra velocidad debido a la gran cantidad de personas que se nos van atravesando en nuestra ruta. Miro a los milicos, con un sentimiento de rechazo, rencor y miedo que provienen de generaciones pasadas. Vuelvo en sí, no debo atropellar a nadie. 


Cada vez queda menos para llegar a nuestro destino, y esto se logra apreciar, los pequeños grupos de manifestantes se van haciendo cada vez más presentes, los acompañamos tocando las bulliciosas bocinas de nuestras bicicletas. Luego de 55 minutos aproximadamente de pedaleo desde Lo Espejo hasta la altura de la Universidad Alberto Hurtado, llegamos al departamento donde vive mi hermano, cuñada y sobrinas -Clara (1 año y medio) y Domi (6 años)-. 


Estacionamos nuestras bicicletas al interior, porque el condominio no cuenta con espacio para ellas, descansamos y comenzamos a arreglarnos para salir a manifestar. Sin embargo, mi cuerpo y mente, se encuentran agobiados y con sentimientos de angustia, por lo que decido ausentarme de salir a la alameda. Mi polola, va. Me quedo conversando sobre lo que siento con mi cuñada, y me dice que está bien, que no todxs tenemos el mismo aguante. De a poco me voy sintiendo mejor. Salgo a jugar al patio con mis sobrinas, mientras nuevamente el sonido de los helicópteros volando, nos acompaña. Nos entretenemos en el “patio de los gatos” con los columpios, hasta que el calor nos obliga a entrarnos. 


Ya dentro del departamento, a eso de las 13.30 hrs oímos muchas bocinas desde la autopista central, Domi se entusiasma, y me dice que vayamos a cacerolear, le respondo que obvio, pero que vayamos a Manuel Rodríguez, para que los automovilistas nos toquen la bocina. Aceptó y llevamos nuestras ollas y cucharas de palo, nos ubicamos cercanas a la intersección con Agustinas. En esos momentos, caminaban bastantes personas con mochilas, carteras, pantalones de tela, camisas, blusas, daba la impresión que se estaban retirando de sus trabajos. Varias de ellas, miraban a Domi y le sonrían. También, pasaban muchos autos, generando tacos y bocinazos, confundiéndome si estos eran a favor de las manifestaciones o, en contra de la lentitud del tráfico. Luego de unos minutos, empiezan aparecer en nuestra vista, 5 de los que asumo se llaman Tanques militares, con 3 o 4 milicos asomándose del interior de ellos, mi sobrina se puso nerviosa y me abrazó. Justo en ese momento, vemos frente a nosotras un milico caminando en la vereda, el cual nos ve, y saluda con la mano a Domi, quien solamente lo mira. Seguían avanzando los militares, llenos de armas y observando con aires de prepotencia a la gente, frente a esa escena, mi sobrina me apretaba el brazo y le digo que esté tranquila, que no nos pueden hacer nada, que toquemos más fuertes nuestras ollas y que los mire seria, a lo que me pregunta, ¿ellos no le pueden hacer nada a los niños, cierto?, no, obvio que no te pueden hacer nada, le digo mientras pienso y recuerdo en los casos de niños golpeados por carabineros, en estos últimos días. Minutos después, Domi me pide que volvamos a la casa, obviamente le digo que sí, ya que estaba muy asustada. 
Nos vamos acercando al departamento y la incito a que le cuente a su mamá lo que nos pasó, pero me dice no, mejor hazlo tu, con un tono de timidez. 


Cuando entramos, le cuento inmediatamente a mi cuñada lo que vivimos en esos 7 minutos o menos, de caceroleo. Mira a Domi y le dice, hija para la otra que te mire un milico, hazle un “hoyúo”.

Fuente: elaboración propia


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