Hoy somos cien
MaríaIgnacia Pérez J.
Lunes 21 de Octubre 2019. Santiago Centro
Tenía que estar a las 11 en una asamblea y no alcancé, tenía que estar a las 12 en otra y tampoco alcancé, caminaba rápido por la alameda nerviosa: era primera vez que veía los milicos en la calle mientras protegían los metros de línea 1, y no podía dejar de sentir que sus armas me miraban desafiantes mientras todos los transeúntes hacíamos como que no estaban ahí. Tenía sentimientos encontrados: ganas de escupirles y mirarles desafiante, pero sentía un miedo helado de todas las historias que resonaban en mi cabeza que con solo mirar feo te podía llegar un disparo. Seguí caminando.
A pasos de metro Universidad de Chile siento un grito que venía del copiloto del auto más cercano de mi lado de la Alameda “¿wachita, va a la guerrilla que se tan rica?” me grita mientras se ríe, me helé solo de la anticipación de lo que podía venir. “¡Me tení que estar rewebiando, asqueroso culiao!” fue lo que sentí salir de mis entrañas mientras pateaba la puerta del auto donde se encontraba quien me había gritado.
Lo que fue un segundo lo sentí como una eternidad. Quien me había gritado, al igual que yo, quedó descolocado por mi respuesta. Sentí como me giré lentamente y cruzaba miradas con los milicos, que me miraron vacíos y se dieron media vuelta mientras seguían custodiando la entrada del metro. Seguí corriendo.
Me avisaban por las redes sociales que la universidad se había ido a huelga hasta que los milicos salieron de las calles, me informaban el punto de encuentro y como todos nos íbamos acercando cada vez a Plaza Italia. Una Plaza Italia que ya se encontraba con las dos calzadas repletas a pesar de estar a una hora del inicio de la concentración.
Me encontré con mis compañeros mientras todos nos poníamos nuestras pañoletas: el rojo y el verde de ellas eran los únicos colores en nuestras vestimentas negras. Me quejaba con mi compañera de lo poco que me gustaban las concentraciones y la inmovilidad de esperar a que llegaran a reventarla los pacos. Fuimos por un helado.
Los locales grandes como el OK Market, el McDonals, entre otros estaban cerrados, pero eran los almacenes que a veces se pierden en el centro entre tanta luz y cadena multinacional los que seguían abiertos con ofertas de agua, limones, energéticas y pancito.
La tranquilidad de lo que ahora se convirtió en marcha me descolocaba. Banderas mapuche, la barra del bulla, banderas chilenas y banderas negras. Batucadas, guitarras, Los Prisioneros y Victor Jara. Pañoletas rojas, rojinegras, moradas y verdes. Niños, abuelos y jóvenes entre tanquetas con fusiles. Manos arriba acompañados de los gritos de “sin violencia, sin violencia” frente al guanaco tirando chorros ilegales directo a la cabeza de los manifestantes. Milico culiao, paco culiao, yuta bastarda y sus derivados exclamados con rabia frente a la injusticia. SIN VIOLENCIA, SIN VIOLENCIA- gritaba con más fuerza la masa.
Hoy somos cien, mañana somos mil, la próxima marcha salimos con fusil, sonaba como amenaza hacia las fuerzas represivas.
Corrimos tanto que llegamos del Parque Forestal a las pequeñas calles de Bellas Artes con el sonido de los perdigones y las lacrimógenas a nuestras espaldas.
Entre edificios que nos hacían sentir más y más el eco de los disparos resuena en un departamento el himno del MIR. Con mi compañera nos tomamos la mano y cantamos de memoria con fuerza mientras la masa cantaba solo el conocido coro, trabajadores al poder, trabajadores al poder. Llega el zorrillo.
Corrimos de la mano mientras sentíamos los gritos asustados, uno no acostumbra a correr por estos pasajes, pero aún así más y más gente se quedaba en este goteo de la marcha principal.
Ya caminando, llegando al Liceo 1, sentimos a un niño llorar y a su madre que lo reta “deja de llorar, weón, si el carabinero nos dio la pasá” El niño de no más de 6 años solo miraba con ojos gigantes mientras se enrojecía y lloraba con vergüenza “ya cállate, deja de llorar, weon llorón” - mientras nos miraba- “No entiendo por qué llora tanto si no le llegó nada, tan lloron que es” continuaba mientras reía. Nos acercamos con mi compañera, mientras ella intentaba distraer a la madre y yo me agachaba a la altura del niño: “corazón, es normal que tengas miedo, yo también tengo mucho miedo pero estamos todos bien”. Me miraba mientras recibía el agua que le entregaba un capucha y se iba con su mamá, mientras yo sentía como comenzaba a ardeme la cara con el rastro de las lágrimas de impotencia que me resbalaban en mi rostro bañado en lacrimógena.
Vieja conchetumare, dijimos con mi compañera.
Plaza Italia 12.00hrs
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