La larga marcha


Por Anónimo
18 de Octubre. 

Cerca de las 4pm del 18 de octubre en Matucana con la alameda, por primera vez vi pacos motorizados perseguir freidores ambulantes. Se escondió entre los autos, pero no fue suficiente.

Hace poco había sido mi cumpleaños y decidí celebrarlo con un compañero de tesis en los pastos de la Usach. Estudiantes habían arrojado algo a las vías del metro así que cuando llegué a la universidad, revisé el celular a un “me tuve que ir wm”. Encontré algún compañero, alguien con quien sentarme a conversar cuando balearon a una niña en la pierna en estación central. El eco de los gritos del video era infeccioso. Cada persona que lo veía lo debía repetir a su vecino. La ansiedad me superó y dije “Debo irme”, sin saber que habría afuera de las guardadas rejas. 






La caminata fue lenta, tortuosa y colorida. No existen las micros cuando todas las estaciones de metro tienen su entrada en llamas. No había forma de caminar los 15 kilómetros a Peñalolén así que apunté a lo segundo mejor, la casa de un amigo en santa Isabel. Cada algún espacio se veían barricadas nuevas con autos aburridos y taxis iracundos y micros repletas en pánico. Cuando un carabinero aparecía, sea en dupla fiscalizadora de comercio ambulante o una escuadra montada, todos los transeúntes le maldecían.

Deben haber sido algo como las 8 cuando alcancé a llegar a U de Chile, frente al Piccola Italia, cuando, utilizando un chaleco como mascara, veo a unos estudiantes sacando las vallas del bandejón central para iniciar una barricada. Saqué una navaja con alicate que siempre llevo (“Por si acaso…”) y les ayude. Nadie organizaba. Alguno gritaba una idea y se seguía sin dudarle. Ninguno se veía mayor que yo. Escolares o mechones en su mayoría construyendo barricadas en plena alameda mientras la noche se iluminaba con nuevas barricadas cada algunos cientos de metros. Cuando las vallas se vieron firmes en la calle me fui, deseándoles los mejor.


Del decadente restaurante italiano vi a un par de extranjeros viendo el espectáculo. Me saqué la máscara y con mi mejor acento y la adrenalina al máximo le hablé. “Solo espero que esto no termine como Hong Kong”. “No lo hará. El gobierno de Chile es Frágil”. Su cara pálida con mi sentencia reveló el nivel de su miedo y su compañero lo alejó de mí.

A pesar de mi objetivo de quedarme en la Alameda hasta plaza Italia, el gas lacrimógeno me inmovilizó apenas llegue cerca del cerro santa lucía. Deambule por calles aledañas, repletas de peatones. La gente se pasaba comentarios fatalistas entre pañuelos en la cara. 

Cuando llegué a Santa Isabel, cerca de las 11pm las barricadas habían convertida la calle en una pequeña purga en que la nadie quería dañarse. Carteles y semáforos caídos protegían fogatas. Con un hombrazo y un pipazo me saluda y me dice, ansioso “Quiero ir a recorrer. Rápido antes que mi papá llegue”.

A pesar de que solo quería descansar la caminata, concedo. La calle se había silenciado. Piñera había declarado estado de emergencia y todos en la calle sabían. Enormes fogatas se veían en Irarrázaval y en Plaza Italia, pero antes de llegar un grupo de jóvenes en las escaleras de uno de los maltraídos edificios de Vicuña Mackenna nos dicen una notica que ya sabíamos. Se había declarado toque de queda y se oían rumores de milicos en las calles. Su presión social fue lo que necesitaba para convencer a mi compañero de descansar por el día. Su padre habia vuelto y puesto en el pequeño living del pequeño departamento, piso no sé cuánto de un gueto vertical, un par de frazadas. Mi cama de emergencia.



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