La marcha del silencio


Javiera Bustamante. Antropóloga.
01 de noviembre de 2019. 

El reloj marca las 12 del sábado 01 de noviembre de 2019. En la salida norte del metro Salvador se congrega un pequeño grupo de mujeres. La convocatoria lo señala: marcha de mujeres de luto por nuestros muertos/ en silencio/ de negro/ con pañuelo y flores blancas/ sin cacerolas ni banderas. Es la hora convocada y me sorprende que hay muy pocas mujeres, no más de treinta. Quizás tras tantos días de movilizaciones el cansancio comience a llegar. Pero basta caminar unos pasos para ver que al otro lado del metro hay cientos de mujeres las que, reunidas en grupos, conversan, fuman, sonríen, abrazan y organizan para comenzar la marcha de duelo por todos los muertos de este octubre negro, pero también, en un gesto de memoria política, recordaremos a las mujeres asesinadas y desaparecidas en la última dictadura. Un gran lienzo de tela negra se desliza en el pasto. En ella se estampan pequeñas arpilleras de mujeres detenidas desaparecidas entre 1973 y 1990. Pequeños cuadrados de 30 x 30 con los rostros de las mujeres junto a sus fechas de desaparición y, en muchos casos, llevan bordados los meses de embarazo que tenían al momento de desaparecer. Es la obra de una artista (no alcanzo a escuchar su nombre) ofrendada a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Y a pesar de que hoy la agrupación no marcha, el lienzo ha sido prestado para caminar en una procesión de luto por los asesinados y desaparecidos en democracia. 

Fuente propia. 

Todas las mujeres, sin excepción, visten de negro y llevan en sus manos pañuelos o flores blancas, seguramente, una advertencia de paz en medio de tanta violencia ejercida por el Estado durante los últimos quince días. Las banderas negras van tomando protagonismo. Un vendedor me cede la última que le queda. En esta ocasión, la mayoría de las mujeres son de la generación de los 50, 60 y 70. Son mujeres mayores, sus rostros y pelo canoso dejan ver que esta vez las protagonistas no serán las estudiantes y jóvenes que incansablemente hemos visto marchar y luchar en las calles. Es una generación anterior, aquella que vivió y luchó contra la dictadura y que hoy se reúne para homenajear y conmemorar a los heridos y asesinados por una democracia que no termina de llegar. De a poco, los grupos dispersos se comienzan a mover hacia un punto. La marcha va a comenzar, pero antes, nos piden que nos ordenemos para marchar en filas formadas por ocho mujeres. Cuando se da la orden de caminar, casualmente me encuentro junto al gran lienzo de las mujeres desaparecidas. Me piden que lo tome cuidadosamente y que lo lleve hasta el final de la marcha. 

Fuente propia. 

Lentamente comenzamos a caminar en un silencio absoluto. Avanzamos tímidamente por el parque en dirección a La Moneda, esquivando árboles y arbustos lo que dificulta la partida. No hay pacos ni guanacos a la vista, ausencia que, paradójicamente, me produce miedo. A poco andar, algunas mujeres nos incitan a tomarnos la calle, sin embargo, los buses y autos pasan a mucha velocidad. Pero basta para que un pequeño grupo salte a la gran calle para que la marcha se tome la gran Providencia. Avanzamos en un implacable silencio que tan solo es interrumpido por exclamaciones como “agua mineral con gas a 500” o “superocho… superocho”. La marcha llega a Plaza Italia y aparecen, aún quietos, los pacos, sus guanacos y zorrillos. En el centro un pequeño grupo grita “paco culiao, cafiche del Estado”. Desde la marcha, hay quienes les callan, exigiendo respeto. En cambio, para mí, todas las voces y gritos que confronten la autoridad merecen ser expresadas. En silencio, aplaudo la confrontación. 

Unos metros más allá un grupo de manifestantes se acerca a un grupo de policía verde que se encuentra en la vereda, quietos pero alertas. En silencio, con el puño levantado y con un ojo cubierto, simbólicamente herido y vendado, los miran desafiantes. La escena se roba las cámaras. Carabineros de Chile, con sus manos tomadas por atrás, observa en silencio. La marcha continúa mudamente hasta La Moneda donde nos sentamos y entonamos juntas El derecho de Vivir en Paz. 

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