Pensé que estaba sola


Por Stefania Romero R.

Pensé que era una fracasada.

Salí aquel viernes 18 de octubre por la noche a caminar por Santiago Centro rumbo a Providencia cargando una planta en mis brazos. Creo que nunca nadie pensó que después de esa noche nuestra aventura en las calles no terminaría. 17 días más tarde, seguimos allí dando una lucha hermosa y colectiva. 

Esa noche salí con un sentimiento nuevo en el cuerpo, una sensación a la que aún no logro ponerle un nombre, supongo que es algo que no habíamos sentido antes. Una mezcla de temor, esperanza, nostalgia, alegría, gratitud y mucha rabia. Aquella noche supe que eran muchas emociones que canalizar en un solo sentimiento y que esto seria explosivo; y a penas Sebastián Piñera decidió declarar Estado de Emergencia en Santiago, supe que nos tocaría dar una lucha de largo aliento. 

El 19 de octubre me encontré muy temprano con las calles cargadas de represión, fuerza y esperanza. En ese mismo instante, sentí un profundo compromiso con la calle que jamás pensé llegar a sentir y que, hasta ese sábado por la noche, aún me costaba entender, sólo lo sentía. Esa misma noche apareció ese llanto nocturno que no me abandona hasta el día de hoy. A veces pena, a veces esperanza, muchas veces miedo. Entre lágrimas, entendí que la vida me exigía más de lo que podía dar y que no era mi culpa estar destinada al fracaso. Porque ese es el pensamiento que flotaba en mi mente desde que terminé la universidad. “No voy a poder, no puedo, es muy difícil”. Y pensaba que el error era yo, que yo no era suficiente, que no estaba dando lo mejor de mi. Pero esa noche, al ver y sentir el descontento que saturaba el aire del Gran Santiago, entendí que el problema no era yo, que el sistema en que nací estaba diseñado para deprimirme. Entendí que todos mis “no voy a poder” reflejaban ese no-futuro que mi país me ofreció desde que nací. Porque nací en un pueblo chico del centro sur de Chile, familia huasa de clase media, colegio de monjas, padre machista. ¿Quieres ser alguien en la vida? Anda a la universidad. Soy la primera generación de mi familia en entrar a la educación superior. Hoy, la primera profesional. Gran logro, si. Pero, ¿a qué costo? Dejar a mi familia con a penas 18 años para irme del pueblo a la capital a –tratar de– vivir sola. Mi familia y yo endeudadas hasta el cuello. Yo, recién egresada de una carrera “poco rentable” según algunos, endeudada por 20 años más y haciendo un esfuerzo superhumano por mantener una vida en Santiago. Porque claro, ¿se imaginan volver al pueblo, pobre, cesante y endeudada? ¿Qué va a decir la gente? Mis papás van a sentir vergüenza de mi, decepcionaría a todos, hasta a mi misma.   

En las calles me di cuenta que, así como yo, somos muchos. Y aunque suene sacado de algún libro de autoayuda barato, me di cuenta que no estaba deprimida ni era una fracasada, simplemente estaba sola. Pero ya no más. Y aunque hoy todo es un caos, esos “no voy a poder” no se han vuelto a cruzar por mi mente. Vivo sola, pero no me siento ni estoy sola. Por eso hoy busco estar en la calle, porque me siento comprendida por todas aquellas personas que están en las grandes avenidas luchando por mi, por ti y por todos. Entendí que pertenezco a ese lugar y que no le puedo fallar. Entendí que nos podemos cuidar entre nosotros, que podemos ser amables con quien tenemos al lado y podemos preocuparnos por el otro. Entendí que mi realidad representa la realidad de muchos jóvenes que han dejado dormir sus sueños, pero que aún tenemos fuerza para seguir luchando por aquello que algún día nos propusimos.


 

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