Santiago está caliente
Por Javiera Muñoz R.
24 de octubre
Qué calor hace, pienso mientras camino —al igual que ayer— en dirección a Plaza Italia, escenario central de la protesta social en la ciudad de Santiago. Mi cuerpo transpira y mis ideas sobre el acontecer político se derriten a la luz de un intenso sol de fines de octubre. Observo de cerca cómo el día a día de esta metrópoli acelerada, atochada y de incesante actividad, ha sido interrumpido por el estallido de miles de manifestantes que se apropian de las calles. Increíblemente, las evasiones masivas de pago en diversas estaciones del metro de la ciudad, liderada por los/as estudiantes secundarios/as, se han transformado, en menos de una semana, en una histórica revuelta popular a nivel país que rechaza las herencias del pasado-presente dictatorial y las miserias del sistema neoliberal.
El gobierno ha dado la orden de cerrar la mayoría de las estaciones del metro, ha decretado “estado de excepción” y toques de queda, y ha reprimido sin cesar. Aunque son las tres de la tarde, los militares están de pie fuera de sus cuarteles desafinando el paisaje y ennegreciendo la ciudad. Pienso en los/as muertos/as —algunas fuentes dicen 10, otras 40—, detenidos/as, desaparecidos/as. En mi cabeza, suena el verso los amigos del barrio pueden desaparecer de la canción de Charly. Ha habido llamados públicos a paralizar las actividades laborales, diluyéndose poco a poco el ritmo capitalino y los horarios “punta”. Los habituales ternos y corbatas han perdido protagonismo, y aunque los verdes uniformados están a la vista, a medida que me acerco a la plaza por la Avenida Santa María, diviso cada vez más la diversidad de rostros, pieles, banderas y colores.
Deambulo a través de la multitud encendida que alza voces y carteles con una infinidad de mensajes. Mi cuerpo se agita, siento algo de adrenalina y salto reiteradas veces mientras repito en voz alta las consignas entonadas El que no salta es paco y El pueblo unido jamás será vencido. Identifico las pañoletas verdes masificadas en la pasada marcha feminista por el aborto libre; una de ellas también rodea mi cuello. Sigo el paso hasta llegar al Parque Forestal, a unos metros de la plaza. Me reúno con mis amigas en medio de la muchedumbre y del olor a humo de las barricadas y del gas lacrimógeno. Santiago está caliente.
Miro alrededor. En los pies de la “Fuente Alemana” ubicada en el parque —escultura donada a principios del siglo pasado por los colonos alemanes en agradecimiento por la “buena acogida” en el país por parte del gobierno chileno— personas activistas desnudas y semidesnudas, encapuchadas, enmascaradas y jadeantes, exhiben abiertamente sus cuerpos y se mueven al compás de silbatos, cacerolas y aullidos de la gente. Dildos, senos, anos y genitales al aire picante; telas, plástico y maquillaje; cuerpos humanos y prótesis —llamativos tecnocuerpos— se fusionan en una ruidosa y excéntrica manifestación pública. Bajo una bandera nacional invertida, se sostiene el gran lienzo central en el que se despliega la frase La dictadura sexual nunca terminó. En otros carteles de menor tamaño se leen las frases – pacos + travestis / deseo y revolución / no son nuestros hijos; esta última en referencia al repetido insulto hijos de puta en contra de carabineros, militares y la clase política. Se trata de una intervención de trabajadoras/es y disidencias sexuales.
Al costado, se encienden las barricadas de la calle Merced, se enfrentan encapuchados/as con el guanaco y el zorrillo (los carros lanza-agua y gases). La intensidad de los rayos del sol y la efervescencia colectiva confluyen en este acalorado clima de octubre. Se oyen detonaciones. ¿Están disparando? Pregunto con preocupación a una de mis amigas, pues los militares han estado disparando descriteriadamente durante los últimos días. No, son petardos, me responde.
Alerta al espectáculo, pero sumida al mismo tiempo en mis pensamientos, admiro la valentía de quienes han sabido resignificar las injurias de loca, puta y perra y poner el cuerpo desnudo en la calle, al lado del fuego y las balas y frente a los uniformados agentes del orden y la patria. Esta crítica sexual hecha cuerpo travestido subvierte también la moral heredera de la dictadura. A la vez que es una transgresión sexual en términos de cuerpo y subjetividad, interpreto en ella una parodia a la heterosexualidad, castidad e higiene que representa la institucionalidad vigente. Podría, también, representar muchas cosas más.
La performance termina y me es imposible no invocar a Lemebel, cuyo espíritu se hace sentir en las calles y en los subterráneos de un Santiago en llamas:
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
[…]
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
(Pedro Lemebel. Fragmento “Manifiesto. Hablo por mi diferencia”, 1986)
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Fuente propia. 24 de octubre de 2019, Parque Forestal.
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