Tres escenas y un mismo final



por Leonardo Piña Cabrera


Es 22 de noviembre y ya va una semana desde la celebrada firma del acuerdo político que, según los medios y la vocería de gobierno, daría fin al estado de movilización que atraviesa el país. Un pacto de unidad nacional que devolvería el orden público y era producto, en palabras de la timonel de la UDI, del llamado a la paz social que hiciera el Presidente de la República el pasado miércoles 13 por la noche. 


La gente, sin embargo, continúa en la calle manifestándose, muy disconforme con lo que califica de “cocina”, léase la expropiación a manos del Parlamento y los partidos políticos de un estallido que también es contra ellos y el modelo de democracia que representan. “Nos han robado todo, y ahora se quieren llevar este movimiento”, dice uno de los carteles que lleva un joven veinteañero rumbo a la rebautizada Plaza de la Dignidad, ex Italia, mientras que otra, con el doble o más de edad e integrante de la Asamblea Movilizada de la población La Pincoya, se permite incluir tal queja en una larga lista de demandas y faltas de nuestro sistema político:


“Queremos un plebiscito justo y no la mierda de pacto que hicieron los partidos que no nos representan. Queremos asamblea constituyente de verdad, no una convención disfrazada. Queremos salarios justos, queremos pensiones dignas, queremos atención efectiva y oportuna en la salud, queremos una salud gratuita y de calidad para nuestros hijos. Queremos la felicidad, porque nos han negado la felicidad por más de 30 años, por lo tanto esta lucha no es solo por derechos, es la lucha por ser seres humanos dignos y felices” .


Tales reivindicaciones, que se repiten de uno u otro modo esa jornada, y que no son muy diferentes de las que se presenció en las anteriores, me llevan a reflexionar en torno a una serie de situaciones que, organizadas como actos, dan forma a una obra cuyo final tampoco es muy distinto. Interpretable como el peso de la noche, en alusión a la homónima novela de Jorge Edwards que deja en evidencia la gravedad que la sostiene, también podría serlo de la presión que, desbordada por acumulación, cada tanto pugna por romperla y transformar la mañana que le sigue. Suerte de fin de ciclo, su posibilidad no deja de pasar por mi mente cuando pienso en otros lugares que, más allá de nuestras fronteras, también viven procesos semejantes.


Uno. Preparativos


Frente al GAM, y mientras pedaleo por la calzada sur de la Alameda hacia el ya habitual punto de reunión, un joven descamisado se acerca a uno de los pocos microbuses del recorrido 303 que aun transita por ahí. Sus ademanes, de solicitud al conductor, son acompañados de una voz que más adelante se repetirá en boca de otro muchacho: “el extintor, tío, el extintor”. El aludido, que por su parte toca la bocina al son del Chile despertó, se lo entrega y sigue su marcha. Una centena de manifestantes, desde la ahora peatonal pista norte, vitorea y aplaude a rabiar lo que observa.


Media hora después, ocho jóvenes arrastran un no muy liviano enrejado, tipo acmafor, en el que han dispuesto varios trozos de concreto amarrado en sus bordes. Dirigiéndose a calle Ramón Corvalán Melgarejo desde el oriente, su acción también es celebrada por los convocados que lidian, como pueden, con el agua y gas lacrimógeno que lanza por doquier carabineros. Estratégicamente apostado unos metros más al sur de la esquina que forma con la Alameda, su instalación ahí impide que uno de sus carros escupe fuego vuelva a arremeter contra las personas que siguen arribando.


Dos. Por la vida


Pasan de las 17:00 horas y a diferencia de la barricada anterior, la que saluda avenida Providencia metros después de Vicuña Mackenna es abierta para permitir el paso de una ambulancia que viene desde el poniente. Tal actitud, que se replica de otro modo con los voluntarios de la Cruz Roja, celebrados y agasajados con la entrega de agua por parte de los vendedores ambulantes, también se puede observar en la extendida práctica de compartir los rociadores de agua bicarbonatada que mucha gente lleva, ya por costumbre, entre sus pertenencias.


Tampoco muy distinto, dos muchachas presumiblemente de enseñanza media, entregan sándwiches a los llamados capuchas que tratan de detener el violento accionar de carabineros. Su iniciativa, explicada como una forma de retribución a quienes se hacen cargo de la seguridad –“para el aguante de la primera línea”, en sus palabras–, consigue emocionar cuando el receptor de este cuidado resulta ser uno de los muchos jóvenes que han sido heridos en sus globos oculares por el inexplicable uso de perdigones. Los acordes de “Sarri sarri” de la banda vasca Kortatu, que se escucha y baila unos metros más arriba, actúa como singular amplificador de la sensación de comunidad y esperanza que ahí se vive.


Tres. Podría ser de otro modo


Un par de horas después, la atención se centra en un joven que es perseguido y atrapado por la muchedumbre. Es tarde, hay polvo en suspensión y mucho gas en el ambiente, por lo que solo alcanzo a ver un par de manotazos dirigidos hacia él, ninguno de los cuales alcanza a golpearlo realmente. “Lo pillaron robando”, me dice una vendedora de poleras que tiene una muestra de ellas sobre el pavimento, todas con estampados alusivos a la revuelta. A cinco mil pesos cada una, el detenido es conducido rumbo al oriente, más allá del parque Bustamante. No pocos pensamos, paradójicamente, que será entregado a carabineros, emplazado en gran número en la esquina de Providencia y Salvador.


Fin. Más de lo mismo


La jornada, que se ha repetido en su convocatoria durante toda la semana, termina más o menos igual que en los días anteriores, con la violenta arremetida de la fuerza policial, ahora cerrando el paso desde distintos flancos. Tal represión, que busca dañar y castigar a los manifestantes de acuerdo al informe dado a conocer en el día de ayer por Amnistía Internacional, y que ha significado el uso del río Mapocho como un vacío contra el cual se les empuja, es escasamente referida por los medios aun cuando el número de heridos con perdigones no ha decrecido, como habría de esperarse dado el anuncio de carabineros de suspender su uso. No entendible como silencio, su reiteración solo deja ver, como dice la base oriente del obelisco del Parque Balmaceda, que no es paz a lo que se ha vuelto, como tampoco era eso lo que había antes del viernes 18 de octubre cuando todo inició.

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No era paz, era silencio
(Obelisco Parque Balmaceda, fuente propia)


Plaza de la Dignidad, noviembre 22 de 2019

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