Ven, seremos

Por Anónimo
Noviembre 6 de 2019.


Teníamos una cita. Nos veníamos conociendo desde hace un tiempo y ya sabía de mi feminismo de clase, la vocación de socióloga, el gusto casi profesional por ver teleseries y mi amor infinito a mis abuelos. Él sabía que apoyo las demandas de todas las causas perdidas, y yo, que su en su seriedad y casi indiferencia política -surgida desde un mal diagnóstico- quizás no me iba a entender. 

Decidimos cancelar la cita. Ese viernes 18 me quedé evadiendo, botando rejas y cantando en barricadas mientras esperaba que se normalizara la locomoción. Él, con unos amigos. 

La locomoción nunca se normalizó y los uber estaban cobrando la mitad de mi sueldo como ayudante hasta mi casa en la periferia, así que me fui al departamento de una amiga en pleno centro de Santiago. Estaba feliz de ver la revuelta, las barricadas en cada esquina y el caos que tanto anhelaba y que pensé nunca iba ver. Pero ENEL se incendió frente a mí, y con susto e impacto de lo que estaba viendo entendí que la revuelta iba en serio. Le hablé, le pedí que se cuidara, que yo estaba bien. Él, que podía ir a buscarme, que también estaba bien, que me cuidara. Y me dormí.

A las horas más tarde, cuando mi amiga me despertó para contarme que Piñera anunció el despliegue de militares en las calles, entre la angustia, el sonido del helicóptero y la incertidumbre, le pedí aún más que se cuidara, que no saliera, y él también a mí, que no me expusiera y me acercara con cuidado a las barricadas porque sabía que no me iba a restar de esto. Y así, mientras entendía que la revuelta no iba a dar pie atrás, también entendía que lo nuestro iba tomando forma y que lo estaba empezando a echar de menos.

Días más tarde, después de infinitos “cuídate” y de yo haberlo dado todo en la calle y en el campo sociológico, nos vimos. Nos abrazamos, nos mimamos, no nos soltamos en toda la tarde mientras oíamos a la gente gritar y tocar cacerolas. No estábamos con ellos, pero éramos parte la agitación. La resistencia también fue contenernos, aprovecharnos y disfrutarnos; hacernos entender que estábamos juntos.

Entre tanto, la marcha más grande de Chile, su primera marcha y su primera lacrimógena, su cumpleaños, mi labor sociológica, mi falta de sueño, la vocación al servicio del pueblo, la responsabilidad con la ciudadanía. El primer mensaje en la mañana y el último en la noche, las felicitaciones por mi trabajo y mi agradecimiento por el apañe. Los toque de queda, las barricadas en el barrio, el canto a todo pulmón del pueblo unido con mis vecinos, el olor a quemado, la lengua hinchada por las lacrimógenas y el agua con bicarbonato en la pañoleta verde. Los “cuídate”, las convicciones, la rabia, las indirectas, las risas, la angustia y la esperanza, los besos y abrazos. Echarlo de menos, esperar que esté bien. 

Desde el 18 de octubre no he sido capaz de hacer ningún análisis, ni según Laclau,  Althusser o Bourdieu. Mi cabeza anda todo el día entre las ganas de estar en la calle con mi gente y el trabajo al servicio de la ciudadanía. Y lo único que he podido tener claro son tres cosas: que mi consciencia de clase está más firme que nunca, que no me equivoqué de carrera, y que él me gusta, me encanta. Si anoche me mandó una foto que decía “ven, seremos”, creo que yo también a él.

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