Y arriba siempre Las Parcelas


Por Francisca Vidal Gajardo
Miércoles 23 de octubre, 18 hrs. A cinco días del estallido 
El escenario es el siguiente. Alameda cortada, olor a caucho quemado y pequeñas barricadas cierran el paso a los buses del transporte público. Caminamos desde Plaza Baquedano hacia el poniente. Quiero llegar a Maipú. A la altura de República comienza a despejarse la calle y la muchedumbre se dispersa. Frente al desorden, la incertidumbre constante y la ausencia de algunos servicios, la solidaridad ha brotado en pequeños gestos entre desconocidos. Así fue como terminamos compartiendo un Beat con dos jóvenes que querían llegar al mismo lugar. 

Metro Las Parcelas, Maipú. 23 de octubre. Elaboración propia

Atravesamos las comunas de Santiago y Estación Central, hasta llegar a Maipú. A la altura del nueve de Pajaritos, el sector de Las Parcelas se ha vuelto muy famoso en los últimos días. La tarde del gran estallido, esta zona fue uno de los puntos donde las llamas prendieron con más fulgor. Hoy, la estación se encuentra inhabilitada, aunque quizás esa no es la palabra correcta. Las Parcelas no está operativa para el transporte, sin embargo ahora se muestra en otros múltiples usos y sentidos: punto de encuentro, mirador, galería de arte urbano. Espacio cultural multiuso Las Parcelas. El viaducto del tren no es subterráneo sino que forma parte del paisaje, recorriendo el bandejón de Avenida Pajaritos a unos diez metros de altura por sobre la superficie. Desde el concreto de la calle divisamos que algunos cabros ágiles juegan a la pelota entre las vías porque hoy día todo es cancha. Espacio cultural y deportivo multiuso Las Parcelas. 

Este sector de Maipú es apenas la entrada a la comuna, sin embargo, cuando nos bajamos del auto tuve la sensación de estar llegando a la última parada de un bus. Hasta aquí llego. Los autos no pueden avanzar más, toman un desvío en Hugo Bravo y desaparecen de Pajaritos hacia quién sabe dónde. Nosotros, los caminantes, nos quedamos allí observando y refugiándonos entre el gentío. No hay planificación en la forma de tomarnos el espacio, cada quien se mueve hacia donde el espacio y el ritmo de los pasos colectivos le permite. Voy observando rostros y reconozco en ellos a mis ex compañeros y compañeras de colegio, vecinos de mi villa, conocidas de otros pasajes. De a poco van apareciendo mis amigas. Ellas llevan congregándose aquí cinco días, desde que todo inició. Ya conocen la rutina. 

Mientras escucho el coreo risueño de Piñeeera, conchetumaaare, sacowea, aprende a gobernar, me concentro en no olvidar este momento y este lugar que –nos- está sucediendo. Entre Plaza Italia, Plaza Brasil, Plaza Ñuñoa y otros espacios siempre tan plazas, tan verdes, aparece este pedazo de tierra seca en la Metropolitana. Aquí están los nombres de la infancia y la adolescencia, los agujeros en el concreto asoleado que reconozco, los letreros de ofertas mayoristas y las casitas perrunas fabricadas con cholguán afiladas en la esquina. Todo ello sigue aquí, distribuido de la misma forma, pero diferente. Hay rollos de papel de boletas (seguramente recuperado de la estación la noche del viernes 18) adornando los árboles y paraderos, hay restos de material quemado en las orillas de la calle, pasto seco y pisoteado en el bandejón, rayados y grafitis por donde se mire. A las nuevas intervenciones que construyen el paisaje se le suman cientos de cuerpos vecinos que saltan, se inquietan, corean y recorren el territorio sin alejarse demasiado. Nos vamos moviendo en círculos, o en óvalos; avanzamos en grupo hacia adelante, a los costados, nos contraemos y luego retrocedemos. La idea es marcar presencia y ser un solo cuerpo impasible y firme. 




Metro Las Parcelas, Maipú. 23 de octubre. Elaboración propia.

De pronto, una de las viejas micros amarillas irrumpe en la calle. De forma instantánea, la masa humana se replega y nos divimos hacia los costados de la calle. La micro trae gente desde el centro de Santiago con destino a Plaza de Maipú. Pasa lento, como disfrutando si la calle su pasarela. Aplaudimos, gritamos, saltamos, tomamos fotos para guardar el momento y no olvidarlo. Yo me adelanto a la micro y me apuro en tomar una foto de frente. Levanto la vista del celular y observo la escena: los tiempos se cruzan, se contraponen. Las micros amarillas dejaron de circular el año 2007, mientras que las estaciones de la Línea 5 del metro hacia Plaza de Maipú se inauguraron en el 2010. Pienso en que estos dos transportes nunca coincidieron. Es como si el tiempo se hubiese puesto en pausa. A la vez que el país despertó, también nos detuvimos. Como el bloque de cuerpos sin dirección que formamos en la avenida, nuestras memorias se van tejiendo sin una línea temporal clara. Es más bien una que desordena y avasalla; nos quitó el miedo por el futuro y nos tiene labrando y viviendo, como nunca, el presente. 


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